En muchos fenómenos artísticos y culturales podemos ver atisbos de una construcción de la idea de un “tiempo presente”. El cine de ciencia ficción, por ejemplo, suele implicar ciertos intentos de síntesis respecto de la época en que narra la historia. Las películas que involucran viajes en el tiempo suelen fortalecer los contrastes con el futuro o el pasado en función de resumidas síntesis respecto de lo que la época “presente” significa. Si algo me gustaba de “Back To The Future” era el esfuerzo por registrar lo esencial de épocas disímiles, pero al mismo tiempo familiares para algunos espectadores: los que al mirar la película tuvieran, por ejemplo, 50 años. Seleccionaron música, vestimenta, arquitectura de los años ’50, para poder contrastarlos con el “presente” que en ese momento fue 1985. Lo interesante para mí, por sobre todo, es que necesitaron, para hacer más efectivo el relato, reconstruir, a su vez, el año 1985 en el que ellos mismos se encontraban. Intentaron mirar con ojos extraños su propia época (el protagonista usaba una campera “de moda”, la cual parecía sin embargo ser un salvavidas, por lo cual un habitante de 1955 le hace una broma al respecto). Vistieron al protagonista “a la moda”, y al mismo tiempo que lo hacían, dejaban cierto tipo de testimonio de lo que la época pensaba de sí misma, de cómo los años ’80 pretendían ser cierto tipo de superación de épocas pasadas, en las que todo estaba todavía “a medio hacerse”: Marty Mc Fly ve su ciudad incompleta, en construcción. Esto tiene que ver con una proyección del sueño americano, en virtud del cual vemos cómo sus padres llegan a la madurez alcanzando lo que desean (a nivel económico), y la ciudad (Hill Valley) refleja ese crecimiento en un nivel más global: está completamente desarrollada y “mejorada”, a excepción de la torre del reloj, que quedó detenida como una metáfora de la anomalía temporal de la que será testigo. Los tics, modos de hablar de Mc Fly, su ropa, sus zapatillas y su actitud, son el resumen y la síntesis de lo que los realizadores de “Back To The Future” consideraron representaba su propia época. Hay en ello un carácter autorreferencial, cierta idea de que esa época significaba el punto de llegada de algo. Puesto que en esa primera película el único punto de comparación es el pasado, el presente, en tanto punto de llegada, es el único futuro cierto. No es de extrañar en el cine norteamericano cierto etnocentrismo (especialmente en el cine catástrofe, tremendamente reaccionario, en el cual el único país en donde se toman las decisiones y se producen los héroes es EEUU), pero películas como Back To The Future sugieren, además, la idea de un presente como punto de llegada, como entidad en sí misma, la cual sintetiza lo anterior. Y es en esa suerte de “ontologización” del presente en donde más me gusta detenerme a pensar. Los ‘80’s aparecen como una época que se comprende a sí misma, que determina hacia dónde habían de llegar los años anteriores, e incluso como algo deseable en sí mismo con relación a lo anterior. Ver “superados” a los ’80, verlos hoy tan lejanos como los ’50 lo eran entonces es, para quienes vivimos la década y vimos la película en ese entonces, una experiencia peculiar. Postular (o al menos sugerir) cierto carácter cuasi definitivo de una época en particular parece algo absurdo e insostenible, pero no deja de tener algún encanto a mi entender. Implica la idea de afirmar lo transitorio pese a todo, empresa que es de antemano irrealizable, pero no por eso menos honesta: después de todo, siempre que producimos discurso o ideas lo hacemos desde un lugar finito en todo sentido, pero por sobre todo, temporal.

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