En todo el contexto de información que nos invade, de notas en el lugar donde pasaron las cosas, de comentarios de gente que conoce el cotidiano problema y no tanto, de gente a quien le importa o le preocupa que estas cosas pasen y las que no, es mucho, realmente mucho, lo que se puede decir y pensar.
Murieron personas. Muchas resultaron heridas. Supuestamente hay gente investigando las causas. Las causas. Es decir, el conjunto de eventualidades fácticas, técnicas, que desencadenaron que un tren no frenara a tiempo, y entonces murieran personas de una manera brutal. La causalidad técnica, y eventualmente jurídica, que determinará hacia quién un sistema judicial en el que no tenemos demasiadas razones para confiar arrojará las culpas en un lugar extremadamente acotado, culpas que exoneren a un resto de responsables lo suficientemente poderosos como para salir airosos de este y varios desastres más, esa imparcial justicia dictaminará su volición. Pareciera que lo que importa acá son las causas técnicas, las razones casi exclusivamente mecánicas del desastre.
Pero murieron personas. Murieron de una manera miserable y abrupta. Las mató la miseria de una realidad argentina que es mucho más dolorosa incluso que este evento, que no es el primero y tal vez no sea el último en el que personas inocentes pagan el precio de la corrupción.
Vivir en mi país muchas veces no es nada fácil. En el curso indefinible de nuestra cotidianeidad, en la multitud de detalles que están representados en un par de minutos de lo que es un día de cada argentino, podemos encontrar miles de matices de esta dura realidad. Viajar en un transporte público es un pedacito de eso. Hoy no puedo usar un lenguaje demasiado limpio y ordenado, porque estoy dolido. Estoy lastimado por lo brutal de la realidad que vivo. Por miles de cosas que intentaré explicar. Pero describiré qué es lo que vengo sintiendo hace años cada vez que me subo a un tren.
Experiencias humillantes de todos los días
Me siento maltratado, me siento humillado. Me siento burlado. Conozco el ferrocarril Roca (que va a la Zona Sur del Gran Buenos Aires) casi desde que renovó sus vagones con unidades eléctricas importadas de Japón, Yokohama, allá por los años 80. Puedo decir sin ningún rastro de duda que a mediados de los años 90, en los que yo lo utilizaba para ir a estudiar música a Temperley, se viajaba infinitamente mejor que ahora, en el siglo XXI, o más precisamente 15 años después. Que durante el menemismo se haya viajado mejor en ese tren que ahora es todo un dato sobre nuestra realidad. Hoy casi nadie diría que el menemismo fue la epoca de gloria de nuestro país. Pero los vagones al menos estaban enteros, los asientos eran asientos de trenes y no los de plástico de los colectivos, las persianas metálicas que nos protegían del insoportable sol del verano todavía existían. Y así puedo seguir hasta el hartazgo enumerando todas las cosas que les faltan a los vagones, elementos básicos del confort y la funcionalidad de un medio de transporte, los cuales jamás fueron recuperados luego del saqueo al que fueron sometidos en la crisis de 2001. Cuando llueve, el agua entra por todos lados. Es una experiencia realmente desagradable y humillante sentirse tan desprotegido por algo tan básico como el agua de la lluvia, estando dentro de un vehículo. Algo adentro tuyo te dice que hay alguien que se está cagando de risa de tu situación, de los subsidios millonarios que pagás con tus impuestos, del boleto que pagás, de tu situación de laburante que no tiene un coche o un helicóptero que le permita desplazarse adonde necesite. Algo definitivamente no está bien.
Pero ¿Saben qué? En algún punto empezamos a acostumbrarnos. Empezamos a aceptar que estas cosas son posibles, que son lo que nos toca. A nadie le debe gustar salir empapado de un vagón de tren luego de la lluvia. Pero por alguna razón eso tampoco generó un cambio de actitud, un reclamo masivo de mejores condiciones para vivir. Nos sigue gobernando la misma gente que hizo posible que este tipo de detalles cotidianos nos arruine, de a poco, nuestra calidad de vida. Un gobierno que jamás dio muestras de querer cambiar el modo como quienes viajamos lo hiciéramos en 8 años de gestión, ganó con más del 50% de nuestros votos. ¿Qué pasó que a nadie le interesó eso en ese momento?
En eso no hay excusas.
Yo hablé de la lluvia, de las molestias del calor en el verano, y podríamos agregar infinitamente más detalles desagradables, humillantes, indignantes. Algo que me ha obsesionado muchas veces es el temor de recibir un cascotazo en la cara, mezclado con astillas de vidrio, que algún ser símil humano decidiera arrojarme mientras viajo. Dado que no hay persianas metálicas que nos protejan, el riesgo es por demás real. Fíjense lo absurdo de la situación, viajar hacia algún lugar con miedo de recibir un cascotazo que me dejara, por ejemplo, tuerto, sin ninguna razón. Que viajar involucre ese miedo ¿No es señal de que en mi país hay cosas que andan definitivamente mal?
Hasta dónde es posible soportar sin reflexionar
Pero ayer, en el tren Sarmiento, directamente murieron personas. Y varios cientos de las personas que viajaban terminaron heridas. ¿Es esto lo suficientemente grave como para que nos detengamos a pensar? ¿Hasta dónde estamos cauterizados contra la indignación que las cosas tienen que llegar tan lejos? A esas personas no las mató solamente la corrupción, la desidia, la irresponsabilidad de una clase dirigente para quien sus gobernados somos sólo una mera variable de encuesta, de intencionalidad de voto, sino la desidia de nosotros mismos. Sí, de todos y cada uno de los que precisamente no nos morimos en ese tren, y que somos testigos de esa innumerable inmoralidad según la cual mientras lo que pase no sea demasiado grave o sea rápidamente olvidado, todo puede y podrá seguir como si nada pasara. Cada masacre argentina como la del boliche Cromagnon, o la de otros trenes, o la de un avión que se cae, dramas perfectamente evitables, los cuales son olvidados luego de un tiempo, es un poco la cristalización de una desidia masiva, de un desprecio por la vida del que participamos todos, y no sólo una parte de la sociedad, la cual nos dirige y toma decisiones. Obviamente que tener miedo de que un cascotazo imprevisto me deje tuerto mientras lo único que hago es volver a mi casa en un tren, es señal de que algo no anda bien, obviamente que el hecho de que cuando llueva las personas dentro del vagón quedaran empapadas es señal de que algo no anda bien, obviamente que viajar como animales, colgados de cualquier parte, arriesgando nuestra vida porque estamos cansados de llegar tarde al trabajo, es señal de que muchas cosas no andan bien en nuestro país.
Y una de las cosas que más bronca me genera es que recién cuando tengan que morir personas pareciera que es necesario reflexionar sobre esto. Porque tal vez si lo hiciéramos mucho antes, esto no habría pasado. Si nos hubiéramos indignado lo suficiente, si les hubieramos reclamado lo necesario, si les hubiéramos exigido a los delincuentes que nos gobiernan mucho más de lo que hicimos cuando los votamos felices de la vida, dandoles un apoyo tan masivo, este tipo de cosas tal vez no habrían pasado. Podemos mejorar muchas cosas, podemos exigir mucho a las autoridades. Pero las vidas que ya se perdieron, son un error demasiado caro para ser pagado. Me importa muy poco que esto perjudique o no la imagen de un gobierno que jamás dio muestras de que quiere mejorar cómo viajamos en un tren los argentinos (aunque esto signifique arriesgar nuestra propia vida). Ya es demasiado tarde para por lo menos 50 de las personas que viajaban en ese tren, así como para sus familias. Los dirigentes, por otra parte, están demasiado ocupados calculando cómo salir lo más indemnes posible de todo rastro de culpa, de reprobación social, subestimando nuestra tolerancia, como es de esperar, cronometrando cada silencio, cada palabra, cada día de espera antes de decir algo en conferencia de prensa. Es un espectáculo por demás miserable, pero no es lo que más me subleva. Me duele lo que nos toca a los demás. Tengo miedo de que esto todavía no nos alcance para decirles entre todos que ya fue suficiente.
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