martes, 25 de junio de 2013

La duda recurrente y la vida



La duda representa para mí mucho más que un concepto, una palabra, una situación accidental. Después de algunos años pensando en cuál es el lugar que ocupa la duda en mi forma de ver el mundo, me di cuenta de que está estrechamente relacionada con el modo como entiendo se “vive” la filosofía.
  Hay ciertos modos de dudar, en particular, que son filosóficos. Asimismo, considero que la filosofía consiste, en gran medida, en cierto modo de elaborar procesos de duda. No toda la filosofía será eso, seguramente, pero al menos sí lo es aquella que forma parte de mi vida, y que al fin y al cabo, es de la única de la que puedo hablar, porque es la única que conozco. La única filosofía que poseemos, que conocemos, es aquella implicada en los actos de nuestra vida cotidiana.
  Paradojal prosa la mía, en la que exalto el valor de la duda mientras asevero con firmeza acerca de qué debería ser la filosofía, o cuál es su relación con los procesos de duda. Pero nunca me llamé escéptico, y tal vez una sola palabra que decida compartir con otros sea el testimonio de qué tan lejos estoy de no creer que tengo algo para decir.

  Ahora bien, hay muchos modos de entender qué es “la duda”. Creo que el más frecuente en el lenguaje cotidiano pone un énfasis en una “carencia de certezas”, algo casi parecido a una afección: caemos en ella, advertimos ya no estar tan seguros de algo. Supone un estado psicológico, la incertidumbre. Por diversos motivos, percibimos que perdemos la seguridad en cuanto a lo que creíamos saber. Como toda caracterización de un estado psicológico, supone matices y aspectos que pueden variar mucho en diferentes personas, así como en diferentes circunstancias, las cuales pueden tener que ver con minucias de todos los días, o comprometer nuestras más profundas creencias o convicciones.

  En la duda como evento fortuito, como acontecimiento inesperado (ya sea éste significativo o intrascendente) creo que la actitud de quien duda tiene que ver más con una “afección” que con una “acción”. No elegimos dudar, sino que algún acontecimiento externo a nuestra voluntad nos situó en ese lugar de incertidumbre. Alguien o algo nos dio a entender que tal vez estemos equivocados. Somos “víctimas” de una sospecha (o del germen de una sospecha).

  La duda como forma de vivir la filosofía, si bien conserva algo de ese pathos, de ese camino inesperado a través de lo que no conocemos, supone la paradoja estar habituados a ciertas variantes de esa incertidumbre.
  Hay quienes consideran que la duda (constante, persistente, presente en la forma de ver el mundo) implica cierto tipo de elección. Y otros que consideran que la duda nunca se elige, que la duda siempre es algo en lo que se cae sin querer. Lo mismo podría decirse de la filosofía: tanto que es una elección y una forma de vivir, y los que creen que la disposición a ella es innata, que si bien muchos pueden elegirla, a otros “no les queda más remedio” que mirar las cosas desde una perspectiva más o menos filosófica. Han habido épocas en las que creí en una de esas posturas, y otras en las que creí en la otra.

  Con respecto a lo que significa la duda en alguien habituado a dudar, creo que existe un elemento que siempre escapará a la elección personal. Borges decía que asombrarse de memoria es difícil, y parece difícil también discutírselo. El elemento inesperado ante el origen de la incertidumbre (de qué cosas terminaremos dudando, por qué dudamos, desde qué lugar vendrá la semilla de la duda) estará siempre en el dudar filosófico. Siempre nos encontraremos con que hay algo de pathos, de caída, de accidente, en las circunstancias de nuestra actitud de dudar. Pero además de ese aspecto contingente, eventual, involuntario, de nuestra circunstancia, hallaremos la inclinación hacia una búsqueda del saber, que no es ni más ni menos que una lucha contra la incertidumbre.

  El filósofo es consciente de las circunstancias en las que se encuentra. Sabe que ciertos tipos de incertidumbre son inevitables. Se habitúa a ella, adapta su búsqueda a esa presencia constante. La filosofía podría resumirse como un modo de autoconciencia. De ser conscientes de la propia existencia y de lo específico de su circunstancia. La incertidumbre deja de ser abstracta y comienza a ser filosófica cuando implica el límite concreto de la reflexión y de la pregunta que nos estamos haciendo. Es una negatividad concreta y determinada, es el límite específico, concreto, cambiante y modificable de nuestra experiencia frente al saber. Es la contraparte dialéctica de todo saber filosófico.


  Por eso la duda cotidiana es tan diferente de la duda filosófica. En la primera de ellas somos víctimas de algo que nos ha sacado de la tranquilidad de lo que creímos saber, y a nadie le gusta persistir en lugares que no se han elegido. No es de extrañar que intentemos salir de allí con otra certeza supletoria. Dudar filosóficamente supone, en cambio, asumir la responsabilidad de un saber autoconsciente, y abandonar el miedo a la incertidumbre. Tolerar dicha incertidumbre, aprender a pensar precisamente desde y hacia sus márgenes.


jueves, 25 de abril de 2013

Por qué las mentiras del Indec no son nada piadosas



Me gustaría empezar esta breve reflexión con una comparación: el Indec es un organismo que guarda semejanza con los “ojos” de un gobierno. Las estadísticas oficiales representan ni más ni menos que la visión panorámica de la realidad socioeconómica sobre la cual el gobierno ha de actuar. Es su sustento: necesitan saber cómo estamos, y cuáles son nuestros problemas, para poder solucionarlos.

  Esta mañana me enteré de que Hernán Lorenzino, el actual Ministro de Economía, fue entrevistado por una periodista europea, quien le preguntó acerca del nivel actual de inflación en nuestro país. El ministro no le contestó con precisión, y a continuación decidió no seguir contestando preguntas, arguyendo que se sentía “incómodo”, y que se quería “ir”, y que no quería que esa pregunta fuera incluida en la entrevista. Aclaró, además, que ni siquiera a los medios argentinos les daban información alguna sobre ese tema.

  Me gustaría difundir claramente por qué el evento es síntoma de un problema GRAVE de esta gestión de gobierno.
Como comparé antes, el Indec representa los “ojos” del gobierno. Las estadísticas oficiales son el material que da sustento a cada política social y económica que el gobierno adopte. La inflación tiene relación directa con esas cifras. ¿Cuánto aumentó el costo de vida el último mes? ¿Cuánto aumentó en Argentina comer, vestirse, comprar remedios? Estas 3 partes de nuestra vida se relacionan con nuestras necesidades básicas. ¿Quiénes son “pobres”, quiénes son “indigentes”? Bien, esto se relaciona con las preguntas de arriba. ¿Te alcanza para comer, vestirte, comprar remedios? Tal vez estas cosas aumentaron su costo, y tal vez (sólo tal vez) tu sueldo no aumentó lo suficiente como para que te alcance para todo eso. Y entonces, es posible que pase viajar a tu trabajo (al que tener que ir sí o sí, porque si no, ni siquiera comés) tengas que privarte de esas zapatillas que necesitás, o incluso ese remedio para la tos, y vayas a laburar hecho mierda, porque en este país tampoco te ayudará nadie si perdés el presentismo, porque estás tercerizado/a, y tenés miedo de que te rajen.

  Entonces, el tema de la inflación, el hecho de cómo afecta tu vida que las cosas estén más caras, cobra su dimensión real, concreta: con el paso de las semanas y los meses, tu vida es más chota y difícil.
¿Cuál debería ser el rol del gobierno ante esta situación? La respuesta es por demás simple: debería indentificar la inflación como problema concreto, y debería proporcionar una solución para todos (especialmente para las clases más afectadas: baja y media). Sin embargo, la respuesta del gobierno es otra: negar que la inflación existe, o minimizarla, atenuarla (la entrevista europea a Lorenzino es una muestra documental de esto).



 ¿A quiénes perjudica esta actitud negadora del Indec respecto de la inflación?

1)      A LOS TRABAJADORES. La lucha por el salario mínimo, vital y móvil está directamente relacionada con el valor de la canasta básica. ¿Aumentó el costo de la comida, vestimenta y remedios? ¿Cuánto aumentó? Porque de acuerdo con esto estableceremos cuánto debe ganar (hoy) cada uno de los trabajadores.
2)      A LOS JUBILADOS.  ¿Cuánto debe ganar un jubilado? ¿Le alcanza para comer, vestirse y comprar remedios? ¿Por qué no le concedemos  el 82% móvil? ¿Acaso le alcanza (considerando el nivel actual y preciso de inflación) para comer, vestirse y comprar sus remedios?
3)      A LOS MÁS POBRES E INDIGENTES.  ¿No te alcanza para comer, vestirte, comprar remedios o viajar hasta el laburo? Si tenés que elegir si comer o vestirte, o comer o viajar (de acuerdo con la inflación Real), si tenés que elegir entre comer o vestirte, o comer o viajar (de acuerdo con la inflación Real), entonces no sos pobre, sos INDIGENTE. Y el gobierno, de algún modo u otro, tiene que GARANTIZAR que tengas acceso al derecho humano básico de comer y acceder a un salario digno, y no tener que elegir si viajar o comprarte un remedio, porque esas son NECESIDADES BÁSICAS. Son derechos constitucionales en los que se están cagando. La planificación nacional, la distribución de los planes sociales y de las ayudas económicas para paliar la situación de miles de argentinos, depende directamente de si son considerados “pobres” o no. Y si la inflación está disfrazada, la situación económica de los más vulnerables es la primera en verse afectada: de este modo los más pobres se vuelven invisibles para el sistema…

CONCLUSIÓN:

  Lo que dicen las estadísticas oficiales (lo que Mienten las estadísticas oficiales), no es sólo un detalle pintorescote cómo vivimos. Es el punto de partida de todas las políticas sociales del Gobierno. Si te mienten ahí, en realidad lo que te están diciendo es: “no me interesan tus problemas. No haré nada resolverlos, o para que vivas mejor”