La duda representa para mí mucho más que un concepto, una
palabra, una situación accidental. Después de algunos años pensando en cuál es
el lugar que ocupa la duda en mi forma de ver el mundo, me di cuenta de que
está estrechamente relacionada con el modo como entiendo se “vive” la
filosofía.
Hay ciertos modos de
dudar, en particular, que son filosóficos. Asimismo, considero que la filosofía
consiste, en gran medida, en cierto modo de elaborar procesos de duda. No toda
la filosofía será eso, seguramente, pero al menos sí lo es aquella que forma
parte de mi vida, y que al fin y al cabo, es de la única de la que puedo
hablar, porque es la única que conozco. La única filosofía que poseemos, que
conocemos, es aquella implicada en los actos de nuestra vida cotidiana.
Paradojal prosa la
mía, en la que exalto el valor de la duda mientras asevero con firmeza acerca
de qué debería ser la filosofía, o cuál es su relación con los procesos de
duda. Pero nunca me llamé escéptico, y tal vez una sola palabra que decida
compartir con otros sea el testimonio de qué tan lejos estoy de no creer que
tengo algo para decir.
Ahora bien, hay
muchos modos de entender qué es “la duda”. Creo que el más frecuente en el
lenguaje cotidiano pone un énfasis en una “carencia de certezas”, algo casi
parecido a una afección: caemos en ella, advertimos ya no estar tan seguros de
algo. Supone un estado psicológico, la incertidumbre. Por diversos motivos,
percibimos que perdemos la seguridad en cuanto a lo que creíamos saber. Como
toda caracterización de un estado psicológico, supone matices y aspectos que
pueden variar mucho en diferentes personas, así como en diferentes
circunstancias, las cuales pueden tener que ver con minucias de todos los días,
o comprometer nuestras más profundas creencias o convicciones.
En la duda como
evento fortuito, como acontecimiento inesperado (ya sea éste significativo o
intrascendente) creo que la actitud de quien duda tiene que ver más con una
“afección” que con una “acción”. No elegimos dudar, sino que algún
acontecimiento externo a nuestra voluntad nos situó en ese lugar de
incertidumbre. Alguien o algo nos dio a entender que tal vez estemos
equivocados. Somos “víctimas” de una sospecha (o del germen de una sospecha).
La duda como forma
de vivir la filosofía, si bien conserva algo de ese pathos, de ese camino
inesperado a través de lo que no conocemos, supone la paradoja estar habituados
a ciertas variantes de esa incertidumbre.
Hay quienes
consideran que la duda (constante, persistente, presente en la forma de ver el
mundo) implica cierto tipo de elección. Y otros que consideran que la duda
nunca se elige, que la duda siempre es algo en lo que se cae sin querer. Lo
mismo podría decirse de la filosofía: tanto que es una elección y una forma de
vivir, y los que creen que la disposición a ella es innata, que si bien muchos
pueden elegirla, a otros “no les queda más remedio” que mirar las cosas desde
una perspectiva más o menos filosófica. Han habido épocas en las que creí en
una de esas posturas, y otras en las que creí en la otra.
Con respecto a lo
que significa la duda en alguien habituado a dudar, creo que existe un elemento
que siempre escapará a la elección personal. Borges decía que asombrarse de
memoria es difícil, y parece difícil también discutírselo. El elemento
inesperado ante el origen de la incertidumbre (de qué cosas terminaremos
dudando, por qué dudamos, desde qué lugar vendrá la semilla de la duda) estará
siempre en el dudar filosófico. Siempre nos encontraremos con que hay algo de
pathos, de caída, de accidente, en las circunstancias de nuestra actitud de
dudar. Pero además de ese aspecto contingente, eventual, involuntario, de
nuestra circunstancia, hallaremos la inclinación hacia una búsqueda del saber, que
no es ni más ni menos que una lucha contra la incertidumbre.
El filósofo es
consciente de las circunstancias en las que se encuentra. Sabe que ciertos
tipos de incertidumbre son inevitables. Se habitúa a ella, adapta su búsqueda a
esa presencia constante. La filosofía podría resumirse como un modo de
autoconciencia. De ser conscientes de la propia existencia y de lo específico
de su circunstancia. La incertidumbre deja de ser abstracta y comienza a ser
filosófica cuando implica el límite concreto de la reflexión y de la pregunta
que nos estamos haciendo. Es una negatividad concreta y determinada, es el
límite específico, concreto, cambiante y modificable de nuestra experiencia
frente al saber. Es la contraparte dialéctica de todo saber filosófico.
Por eso la duda
cotidiana es tan diferente de la duda filosófica. En la primera de ellas somos
víctimas de algo que nos ha sacado de la tranquilidad de lo que creímos saber,
y a nadie le gusta persistir en lugares que no se han elegido. No es de
extrañar que intentemos salir de allí con otra certeza supletoria. Dudar
filosóficamente supone, en cambio, asumir la responsabilidad de un saber
autoconsciente, y abandonar el miedo a la incertidumbre. Tolerar dicha
incertidumbre, aprender a pensar precisamente desde y hacia sus márgenes.